[Publicado en cuenta de Facebook 16/9/2021]
«Por lo general, la ignorancia es tenida por un defecto. Habitualmente, es considerada en su dimensión negativa. Así que habría que analizar por qué y cómo alguien, usando la magia de un discurso presuntuoso, logra que su déficit de inteligencia se convierta en un plus de moralidad».
(Karl Marx. Cfr. «La crítica moralizante y la moral crítica. Una contribución a la historia cultural alemana. Contra Karl Heinzen», Deutsche-Brüsseler-Zeitung, nº 90, de 11 de noviembre de 1847, ed. y trad. de Rubén Jaramillo en Karl Marx, Escritos de juventud sobre el derecho 1837-1847, Barcelona, Anthropos, 2008, p. 141)
Lo corriente es que las moralejas vayan al final. Pero como se trata de ir a contramano, ya se sabe, eso del salto del tigre hacia atrás, que diría Walter Benjamin, pues comenzamos al revés, subvirtiendo. De ahí este inicio con unas palabras de Karl Marx dirigidas contra uno de sus críticos. Son términos que valen tanto para detractores de ayer como para apologetas de conveniencia actual. Esto último es el caso que motiva esta entrada de hoy.
La actual ministra de trabajo ha escrito un prólogo para una nueva edición en castellano del Manifiesto del Partido Comunista (1848) de Marx y Engels. En la parte final de su texto, la ministra hace referencia a Walter Benjamin para vincular esa novedad editorial con la memoria política de «ahora». (Referencia, por cierto, que borra toda la carga teológica del pensamiento de Benjamin complicada de trenzar con los textos de Marx). La atención se me ha quedado fijada en esos párrafos finales porque, a fin de cuentas, muestran que el interés de la ministra está en instrumentalizar a Marx, a Engels, a Benjamin, al ahora del hoy, al ahora del pasado y a quien sea preciso en favor de la conmemoración del centenario del Partido Comunista de España. Vamos, que lo suyo va de lo que va. Que no le falte continuidad a su historia. Por tanto, estas líneas concretas del prólogo:
«Reivindicar tal memoria [de las primeras ediciones de “El manifiesto comunista” en España] es una tarea política, al parecer impensable en una capital amnésica, cuyos gobernantes no han dudado en retirar del espacio público las placas y honores al socialista Francisco Largo Caballero.
(…)
El “tiempo del ahora”, afirmaba Walter Benjamin, es ese momento concreto en el que el pasado colisiona con el presente y resurge en él. Quizás como esa gran ola que se gesta lejos de la orilla, donde no alcanza la vista, en el medio del mar, y que acaba por romper en la roca bajo nuestros pies. Ahora.
Esta nueva entrega del Manifiesto es, en ese sentido, un acto de memoria y de redención, que se suma, felizmente, a la conmemoración este año del centenario del Partido Comunista de España. Un PCE, fundado en 1921, que sufriría, a lo largo de su convulsa vida, guerras, represión, exilio y clandestinidad».
Hasta aquí, la escritura de la ministra. Lo que sigue, primero, es de una carta de Largo Caballero; segundo, de unos textos de Benjamin. Todo esto, al parecer, es objeto de olvido (¿desconocimiento?) de la ministra, pues para sus fines, con hacer valer el moralismo, es más que suficiente y provechoso el lugar común. Otra cosa es que lo dicho por Largo Caballero y las reflexiones de Benjamin le rompan a la ministra el continuo y le rasguen su homogeneidad histórica. Los textos de Arendt y Lefort, tercero y cuarto, apuntan críticamente a quienes condenan de manera sumarísima todo el pensamiento de Marx, asignándole la paternidad de los horrendos crímenes cometidos por los distintos regímenes de totalitarismo comunista. Para finalizar, y de pasada no tan de pasada, fotografías de textos del encomiable Manuel Sacristán, que bien podría despertar racionalidad marxiana en la ministra (por ejm, en relación con el asunto del aeropuerto de El Prat), eso sí, leyendo de veras a Marx en este siglo XXI en el que una vez más el tiempo está fuera de quicio, y nosotros con la tarea de Hamlet a cuestas.
Además, añado este enlace a un artículo muy bueno de Felix Ovejero publicado hoy en El Mundo con el título de «En defensa del manifiesto comunista»: https://www.elmundo.es/opinion/2021/09/16/6141c89ce4d4d8755f8b4572.html
(Escolio. Irene Menéndez, personaje de la película EL SECRETO DE SUS OJOS, le espeta lo siguiente al suboficial Espósito: «El pasado no es mi jurisdicción, me declaro incompetente,..., ¡qué causa, por Dios, no se muere nunca!». En otra escena, Ricardo Morales, marido de la víctima Liliana Coloto, le dice a Espósito: «No piense más, va a tener mil pasados y ningún futuro». Estas palabras evocan otras del inicio del film cuando también se entrevistaron los dos: «No tendremos nada más que recuerdos de recuerdos»).
(tvb)
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1. «…, después de la crisis de mayo de 1937 el Gobierno del Sr. Negrín y las ejecutivas del Partido y de la U. G. T., en unión del Partido Comunista, me han seguido persiguiendo en España, hasta el punto de quererme fusilar en unión de mi amigo D. Luis de Araquistain, según testimonio de D. Manuel Azaña en declaración hecha el 5 septiembre de 1940. Y en la emigración en Francia han procurado aislarme todo lo posible».
[Carta 15 de octubre de 1940. Lo ahí referido por el dirigente socialista fue publicado en El Socialista el 10 de agosto de 1946, y citado en un artículo de Pablo Castellano del nº 9 de agosto 1975 de la revista Tiempo de Historia:
https://gredos.usal.es/bitstream/handle/10366/25298/THI~N9~P15-28.pdf?sequence=3&isAllowed=y
Igualmente puede consultarse -de Santos Julia- el final del capítulo 24 de su Vida y tiempo de Manuel Azaña (1880-1940) donde se refiere una visita de Rodolfo Llopis a Azaña en Francia pocos dias antes de su muerte. A su vez, con más detalles y contextualización, en el libro Mis Recuerdos, de Largo Caballero, se reproduce una carta de enero de 1946; esta como primer documento bajo el epígrafe «En el destierro»].
2. «El pasado lleva consigo un índice secreto que le remite a la redención. ¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de voces ya acalladas? Y las mujeres que cortejamos ¿no tienen hermanas que ellas nunca conocieron? Si esto es así, entonces existe un misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados sobre la tierra. A nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe». (Tesis II. La dimensión política de la memoria. De por qué la idea profana de felicidad remite a la de redención).
«Los temas de meditación que la regla monástica asignaba a los monjes tenían por objeto inculcarles el desprecio del mundo y de sus pompas. Las reflexiones que estamos desarrollando aquí surgen de una preocupación análoga. En un momento en el que los políticos, en los cuales habían puesto sus esperanzas los enemigos del fascismo, andan por los suelos, agravando su derrota con la traición a la propia causa, lo que estas reflexiones pretenden es liberar a los hijos del siglo de las redes en las que les han aprisionado. El punto de partida de las mismas es que la fe ciega de tales políticos en la idea de progreso, su confianza en las «masas que les sirven de base» y, finalmente, su servil sometimiento a un aparato incontrolable, son tres aspectos de la misma realidad. Estas consideraciones quieren darnos una idea de lo caro que cuesta a nuestro habitual modo de pensar concebir una idea de historia que evite toda complicidad con aquella a la que los susodichos políticos siguen aferrados» (Tesis X. La traición del comunismo. De cómo liberar a la izquierda de las redes que la han aprisionado).
«Los que en cada momento mandan son los herederos de los que alguna vez triunfaron en la historia. La empatía con el vencedor redunda en provecho de los que están mandando. El materialista histórico lo tiene en cuenta. … El materialista histórico guarda sus distancias ante ello. Tiene que cepillar la historia a contrapelo, sin ahorrar esfuerzo alguno.
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Quien rebusque en el pasado como si fuera un desván atiborrado de ejemplos y analogías, ése no tiene ni idea de cuánto, en un instante dado, depende de la actualización del pasado.
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En la auténtica escritura de la historia, tan fuerte es el impulso destructor como el que tiende hacia la salvación. ¿Pero de qué puede ser salvado algo que ya ha sido? No desde luego del desprestigio y del desprecio en el que ha caído, sino del ser transmitido de una determinada manera. El modo y manera en que ese pasado es elevado a «herencia» es más desgraciado que lo que pudiera ser su desaparición. La construcción tradicional de la historia gusta de presentar una continuidad. Da importancia a aquellos elementos del pasado que han tenido repercusiones en la historia. Se les escapan aquellos lugares en los que la tradición se interrumpe y, con ellos, las rugosidades y salientes que darían apoyo a quien quisiera ir más allá de la representación corriente de la historia.
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No es que lo pasado proyecte su luz sobre lo presente o que lo presente arroje su luz sobre lo pasado; la imagen es aquello en donde el pasado se encuentra con el presente para formar una constelación. Mientras que la relación del antes con el ahora es puramente temporal (continuista), la del pasado con el presente es dialéctica, a saltos». (Materiales preparatorios).
(Walter Benjamin, “Tesis sobre el concepto de Historia” y “Materiales preparatorios para “Sobre el concepto de historia”, en Reyes Mate, Media noche en la historia. Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», Madrid, Trotta, 2006)
3. «En los últimos años se ha puesto de moda asumir una línea sin ruptura entre Marx, Lenin y Stalin, acusando así a Marx de ser el padre de la dominación totalitaria. Muy pocos de entre quienes se entregan a esta línea argumental parecen conscientes de que acusar a Marx de totalitarismo es tanto como acusar a la propia tradición occidental de acabar necesariamente en la monstruosidad de esta nueva forma de gobierno. Quienquiera que alude a Marx alude a la tradición de pensamiento occidental; así, el conservadurismo del que muchos de nuestros nuevos críticos de Marx se enorgullecen es por lo normal un malentendido tan grande como lo es el celo revolucionario del marxista ordinario. (…) Pues las raíces de Marx se hunden mucho más pro-fundamente en la tradición de lo que incluso él mismo supo. Yo pienso que puede mostrarse cómo la línea que va de Aristóteles a Marx muestra a la vez menos rupturas y mucho menos decisivas que la línea que va de Marx a Stalin. (…) Por tanto, un examen serio de Marx, en oposición al rechazo sumario de su nombre y a la conservación con frecuencia inconsciente de los resultados de su enseñanza, es peligroso, de algún modo, en dos aspectos: el examen no puede sino cuestionar ciertas tendencias de las ciencias sociales, que son marxistas en todo menos en el nombre, y cuestionar la hondura del propio pensamiento de Marx; y debe necesariamente examinar las verdaderas cuestiones y perplejidades de nuestra tradición, que ocuparon al propio Marx y con las que él mismo se debatió. El examen de Marx no puede ser, en otras palabras, sino un examen del pensamiento tradicional en la medida en que es aplicable al mundo contemporáneo; un mundo cuya presencia puede retrotraerse a la Revolución industrial, por una parte, y a las revoluciones políticas del siglo dieciocho, por otra. La edad contemporánea planteó al hombre con-temporáneo dos problemas principales, que son independientes de todos los acontecimientos políticos en el sentido estrecho de la palabra: los problemas de la labor y de la Historia. (…) La enorme ventaja práctica del socialismo «científico» de Marx sobre el utópico fue, y aún hoy es, que liberó al movimiento socialista de sus gastadas actitudes moralizantes (…)».
(Hannah Arendt. Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental. Presentación y edición de Agustín Serrano de Haro, Madrid, Encuentro, 2007)
4. «La obra de Marx ha sido habitada por una pasión realista. Por realismo designamos el deseo de un modo de acción que responde a móviles y se subordina a fines, de lo cual la observación muestra que son efectivamente los móviles y los fines de una humanidad empírica. … El realismo de Marx está sostenido por la idea de que la realidad empírica, tal que la compone la historia de los hombres, es accesible al conocimiento y que este descubre ahí el fundamento de la acción adecuada. … La exigencia de la acción no viene a añadirse a la del conocimiento… Sin duda hay que poner en el haber de Marx el descubrimiento de que la realidad social es praxis en todos sus niveles. [Lo cual] significa que el presente es aprehendido como lo que llega a ser gracias a la acción de los hombres y convoca a una labor; que el conocimiento de nuestro mundo no puede estar separado del proyecto de transformarlo; que lo verdadero y lo falso, el bien y el mal no adquieren una determinación más en tanto que términos de la acción revolucionaria; que en su forma consumada, la realidad es la política. Considerada como un enigma, atendiendo a la disposición de medios destinados a la conquista o a la conservación del poder, con una indiferencia más o menos admitida respecto los fines de la moralidad, la política recupera su dignidad cuando se reconoce el lugar donde inscriben las significaciones elaboradas en todos los órdenes de la actividad, bajo la forma de una serie de indices que se miden en función del conocimiento, de la previsión y de la decisión en el campo de lo posible.
…
Algunos de estos comentarios sugieren que el proyecto realista de Marx, por muy diferente que sea del de Maquiavelo, lleva a una indeterminación. No es paradójico sostener que dándonos cuenta de esta indeterminación, conectamos con su pensamiento, y bajo su efecto cuestionamos nuestro tiempo. Quién, si es que pretende hablar en serio, dirá en nuestro tiempo que los hombres deben regirse bajo un modelo donde se imprime la ley del cosmos y del alma humana; quién pretenderá deducir de los principios de la razón el justo funcionamiento de la sociedad; o enunciar los valores cuya aplicación sería suficiente para guiar la acción política. Marx, y Maquiavelo, están en el centro de nuestro pensamiento porque han destruido las artimañas del idealismo para poder afrontar una sociedad [ordenada] sin jerarquía natural, un poder sin legitimidad [trascendente], una historia sin finalidad [preestablecida]. Si después de haber transitado por Marx resulta que se deben rechazar todas sus tesis, sería necesario convenir que el motivo de la interrogación [de su pensamiento] sigue presente: ¿Qué significa el advenimiento de una sociedad universal donde el hombre se descubre radicalmente extraño al hombre? Y si después de haber transitado por Maquiavelo resulta que no se ha llegado a ninguna imagen de la política, seguramente sería preciso también reconocer que nuestra reflexión vuelve a comenzar con la suya para preguntar: ¿Está condenado el poder a la astucia y la sociedad a la mentira?»
(Claude Lefort, Les formes de l’histoire. Essais d’anthropologie politique, Paris, Gallimard, 1978)