Un máximo dirigente nacionalista vasco ha considerado urgente que la izquierda abertzale reconozca el daño causado por el terrorismo. A su vez, un conocido columnista de un importante diario entiende que tal reconocimiento es conveniente hacerlo cuanto antes. Esta coincidencia entre política y opinión viene a cargar de razones a quienes piensan que algunos -tanto o más que otros- están muy interesados en acomodar los tiempos de la moral a los tiempos de la política. Claro que esto no es todo, pues tal pretensión pretenden avalarla, otros muchos, en razones de oportunidad y prudencia. Lo que ocurre es que hemos visto tantas veces cómo a las víctimas se las reconocía exclusivamente desde una moral vacía de política que uno tiende a creer que -en efecto- para algunos no se trata ni de lo oportuno ni de la prudencia, sino de oportunismo y conveniencia.
Es decir, que no todos hablan desde la sabiduría práctica de lo político, sino desde la astucia pragmatista de la política. De ahí que ese hablar fluya desde un uso del lenguaje que sufre una feroz anemia semántica. ¿Reconocer el daño causado a las víctimas? ¿De qué daño hablan? ¿Daño político? ¡Qué va! Si fuese ésto último, entonces estarían diciendo que no sólo la izquierda abertzale, sino todo el nacionalismo, debería reconocerse -en el reconocimiento de la víctima- como una ideología que tiene serios problemas en integrar la noción democrática de ciudadanía. ¿Por qué no hablan de reconocimiento de un daño injustamente causado? Porque no es lo mismo reconocer los daños de forma generalizada y diluida en una moral abstracta, que hacerlo desde un descentrado sentido de la injusticia. Éste descentramiento (mirar a través de la mirada de la víctima) obliga a replantear radicalmente la pregunta acerca de la legitimidad y justificación de la política: ¿Qué hacer cuando, desde la óptica democrática, algunos fines pueden ser, en sí mismos, injustificados y, además, vinculados -de una manera u otra y según grados de exclusión- a medios ilegítimos? No es sólo que medios ilegítimos manchan ciertos fines, sino que estos son de tal naturaleza que su consecución sólo es posible a través de medios ilegítimos.
No habrá más muertes. Está muy bien, y lo está porque lo contrario es una injusticia. Démoslo, pues, por cierto y actuemos en consecuencia. ¿Habrá otras violencias a tenor de la subcultura de exclusión que subsiste ideológicamente? No lo demos ni por verdadero ni por cierto y actuemos en consecuencia. Ahora bien, si las fuerzas del mito toman para sí la astucia de la razón y trasforman a sus víctimas en sirénidas figuras del mito, ¿cómo no dudar?
Desde el comienzo de todo el proceso, que en ocasiones suena a una equívoca aceleración hacia el final -¡otra anemia semántica!-, me he vuelvo a poner unas inyecciones de la clásica teoría crítica: me dice el facultativo que hay que evitar -a toda costa- las impúdicos episodios de parestesia. El resultado es que percibo gran parte de lo que está ocurriendo como si estuviese ante una parcial, paradójica y estrambótica escenificación del Ulises de la Dialéctica de la ilustración:
"El órgano mediante el cual (la izquierda abertzale) cumple las aventuras y se arroja para conservarse es la astucia. Todos los sacrificios de sus hombres son ejecutados según un plan, engañan (al Estado democrático y de derecho al que aparentemente) son destinados; disuelven su poder. En la falsedad de la astucia el engaño implícito en el sacrificio se convierte en un elemento del carácter, en la deformación del astuto, cuya fisonomía ha sido forjada por los golpes que ha debido infligirse para conservarse. La astuta (izquierda abertzale) sobrevive sólo al precio de su propio sueño, que paga desencantándose a sí misma y desencantando a las potencias externas. Justamente (ella) no puede tener jamás todo, debe saber siempre esperar, tener paciencia, renunciar. Se filtra y se escurre y tal es su forma de sobrevivir, y toda fama que se acuerda a sí misma o que los otros le acuerdan no hace más que destacar que la dignidad del héroe se conquista sólo mediante la humillación (circunstancial y estratégica) del impulso a la felicidad total, universal e indivisa (de Euskal Herria).
La fórmula de la astucia de (la izquierda abertzale) es justamente aquella mediante la cual, plegándose dócilmente (al Estado democrático de derecho), da a éste lo que le pertenece y al proceder así lo engaña. (Pero la izquierda abertzale) debe sustraerse a las relaciones jurídicas que la circundan y la amenazan desde todas partes (y) satisface la norma jurídica de forma tal que ésta pierda su poder sobre él en el momento mismo en que (ella) se lo reconoce. Es imposible oír a las (víctimas) y no caer bajo su imperio: no pueden ser desafiadas impunemente. Pero la astucia es el desafío vuelto racional. (La izquierda abertzale) no intenta seguir otro camino que el que pasa delante de la isla de las (víctimas). Sólo que ha dispuesto las cosas de una forma tal que aun caída no caiga en poder de ellas. (De este modo, las víctimas) tienen lo que les corresponde, pero ya reducido y neutralizado.
La palabra parece tener un poder inmediato sobre la cosa, expresión y significado se confunden. Pero la astucia emplea la diferencia en su beneficio; se aferra a la palabra para transformar la cosa. (La izquierda abertzale) descubre en las palabras lo que en la sociedad burguesa desarrollada se llama formalismo: su validez permanente se paga con su separación respecto al contenido que eventualmente las llena, por lo que, gracias a tal separación, puede referirse a todo contenido posible, tanto a nadie como (a la misma izquierda abertzale). Del formalismo de los nombres (Sortu, Bildu, Amaiur) surge el nominalismo. La astucia de la autoconservación vive de este proceso entre palabra y cosa.
Desde el comienzo de todo el proceso, que en ocasiones suena a una equívoca aceleración hacia el final -¡otra anemia semántica!-, me he vuelvo a poner unas inyecciones de la clásica teoría crítica: me dice el facultativo que hay que evitar -a toda costa- las impúdicos episodios de parestesia. El resultado es que percibo gran parte de lo que está ocurriendo como si estuviese ante una parcial, paradójica y estrambótica escenificación del Ulises de la Dialéctica de la ilustración:
"El órgano mediante el cual (la izquierda abertzale) cumple las aventuras y se arroja para conservarse es la astucia. Todos los sacrificios de sus hombres son ejecutados según un plan, engañan (al Estado democrático y de derecho al que aparentemente) son destinados; disuelven su poder. En la falsedad de la astucia el engaño implícito en el sacrificio se convierte en un elemento del carácter, en la deformación del astuto, cuya fisonomía ha sido forjada por los golpes que ha debido infligirse para conservarse. La astuta (izquierda abertzale) sobrevive sólo al precio de su propio sueño, que paga desencantándose a sí misma y desencantando a las potencias externas. Justamente (ella) no puede tener jamás todo, debe saber siempre esperar, tener paciencia, renunciar. Se filtra y se escurre y tal es su forma de sobrevivir, y toda fama que se acuerda a sí misma o que los otros le acuerdan no hace más que destacar que la dignidad del héroe se conquista sólo mediante la humillación (circunstancial y estratégica) del impulso a la felicidad total, universal e indivisa (de Euskal Herria).
La fórmula de la astucia de (la izquierda abertzale) es justamente aquella mediante la cual, plegándose dócilmente (al Estado democrático de derecho), da a éste lo que le pertenece y al proceder así lo engaña. (Pero la izquierda abertzale) debe sustraerse a las relaciones jurídicas que la circundan y la amenazan desde todas partes (y) satisface la norma jurídica de forma tal que ésta pierda su poder sobre él en el momento mismo en que (ella) se lo reconoce. Es imposible oír a las (víctimas) y no caer bajo su imperio: no pueden ser desafiadas impunemente. Pero la astucia es el desafío vuelto racional. (La izquierda abertzale) no intenta seguir otro camino que el que pasa delante de la isla de las (víctimas). Sólo que ha dispuesto las cosas de una forma tal que aun caída no caiga en poder de ellas. (De este modo, las víctimas) tienen lo que les corresponde, pero ya reducido y neutralizado.
La palabra parece tener un poder inmediato sobre la cosa, expresión y significado se confunden. Pero la astucia emplea la diferencia en su beneficio; se aferra a la palabra para transformar la cosa. (La izquierda abertzale) descubre en las palabras lo que en la sociedad burguesa desarrollada se llama formalismo: su validez permanente se paga con su separación respecto al contenido que eventualmente las llena, por lo que, gracias a tal separación, puede referirse a todo contenido posible, tanto a nadie como (a la misma izquierda abertzale). Del formalismo de los nombres (Sortu, Bildu, Amaiur) surge el nominalismo. La astucia de la autoconservación vive de este proceso entre palabra y cosa.