A Manolo Ruiz Abarca, de Órgiva.
Con luz negra de remotos quejidos,
alumbra el rostro de feroz demencia
y hostiga la calma de la conciencia
un bravo eco de gritos y gemidos.
Eco de inocentes niños caídos
como mustios retoños sin herencia
que sólo existen con fugaz presencia,
no más nacer, sin vida ni floridos.
Óyense ecos de madre nazarena:
cuando llora lágrimas de añoranza
musita palabras de luto y pena.
Resuenan voces puras de venganza:
porfía el eco, tras justa condena,
el recuerdo vivo de su esperanza.