viernes, 3 de febrero de 2012

Decisionismo lingüístico

Intervención en una mesa redonda:

"Un alto cargo de cierto gobierno autonómico declaró a primeros del año 2006 que la decisión acerca del uso de una lengua es competencia del poder político y no de los individuos. Digo declaró porque la emisión de tales palabras, recogida en un medio de comunicación, presentaba una forma claramente categórica. ¿Sabía este dirigente de lo que hablaba? ¿Era consciente de lo que significa, desde el punto de vista democrático, el rescate de la decisión en favor del polo del poder político percibido en contraposición con el polo de los miembros de la sociedad? La verdad es que no sé si hablaba bajo los efectos de la mística nacionalista y, por tanto, viviendo un momento de excessus mentis (pérdida de conciencia) o si estaba confesando algún dogma del nacionalismo lingüístico con la fuerza propia de una fides intrepida (fe osada) o simplemente hacía gala de esa visión autocomplaciente del laborioso nacionalista, auctor opus laudat (el autor alaba su obra). Con todo, pudiera también ocurrir que el hombre tuviera menos luces que la caverna de Platón y más mala leche que la higuera de Betania."

Mientras el ponente bebe agua, dos del público se hablan al oído:

- ¿Cómo ha dicho el tío? ¡No m'enterao de ná!
- Ya, sordeta, que eres un sordeta. Ha dicho qu'el pajarraco tenía menos luces qu'un litro vino y más mala leche qu'un toro capao.

Continúa la intervención:

"Ahora bien, ni el extravío mental ni la temeraria credulidad ni el narcisismo identitario han de despistarnos lo más mínimo en nuestra dignificante tarea cívica de no dejarse dominar por el Uno. En efecto, ni su locura ni su fanatismo ni su megalomanía ni tampoco su estupidez han de confundirnos sobre la verdadera intención del nacionalista lingüístico. A éste, con ser un bobo y un loco, no se le debe tener por poco: su apetito de dominio, de subyugar bajo la totalidad homogeneizante, es insaciable. Su voluntad de autosacrificio tiene continuidad en el sacrificio del otro: no hay nacionalismo sin normalización (lingüística). Por eso, el nacionalismo convierte el uso de la lengua en objeto de decisión, porque así puede robarle a los individuos su derecho a decidir, y asignárselo al guardián del Uno, o sea, al poder político que está por encima de cada uno. He ahí la ironía del nacionalismo que termina atrapando a casi todos: derecho a decidir del Uno para suplantar el derecho individual a decidir el uso de la lengua, derecho éste tan inventado como el otro. Lo que sí es en verdad un derecho, es que nadie se invente el derecho de Uno o de cada uno a decidir sobre lo que no compete a nadie decidir, sino que cada uno -sin Uno que valga- use su lengua, y del encuentro de usos -recíprocamente configurativos de cada uno de los usos- vaya saliendo un uso dinámico e interino que nunca jamás será El Único Uso.
Por desgracia, cuando cada uno reivindica su derecho a decidir el uso de la lengua, no hace sino evacuar al terreno de la individualidad la visión decisionista del nacionalismo. ¿Por qué? Porque se convierte en asunto de política lo que es cuestión prepolítica. ¿Cuando nacemos y vamos creciendo, decidimos la lengua que hablamos? ¿Deliberamos, contrastamos, llegamos a acuerdos, pactamos, etc.? Hablamos la lengua que hablamos, conforme crecemos, sin ningún tipo de decisión dialógica. Por su lado, ¿decidimos arbritrariamente, es decir, decisionistamente sin contar con los demás, la lengua que vamos a hablar? Igualmente, crecemos hablando la lengua que hablamos sin ningún tipo de decisión irreflexiva. Sólo cuando existen pretensiones decisionistas, podemos decir que la lengua forma parte del litigio, comenzándose así la larga marcha de lucha entre los distintos nacionalismos lingüísticos o decisionismos del uso de la lengua. Por mucho que las políticas nacionalistas se presenten revestidas de legitimación democrática (contractualista), no son más que ontologizaciones ex conditio, es decir, al margen de la naturaleza del problema de la lengua. Para el nacionalismo lingüístico, usar la lengua que ha decidido o no ha decidido su poder político es asunto, respectivamente, de ser bienhablado o de ser un malhablado; por su parte, para quienes no perciben el uso de la lengua bajo la óptica del decisionismo, no se trata de elegir o decidir el uso de una lengua, sino de usar aquella en la que uno crece -sin imposición calculada- según criterios de racionalidad y comprensión que no son reducibles a objetivos supeditados a fines políticos y culturales de dominio. A la naturaleza de la lengua le corresponde la valoración de hablarla bien o hablarla mal, pero no el correlato de ser bienhablado (patriota lingüístico) o malhablado (desnaturado por traidor a la lengua). 
La normalización decisionista, como programa esencial del nacionalismo lingüístico, es en sí misma una política que impone la traslocación de lenguas. Lo que hace falta saber es por qué se expande, a su vez, como una política de servidumbre voluntaria, o sea, por qué cada uno permite que sea el poder del Uno el que decida la lengua que cada uno ha de usar y no que sea el uso que cada uno hace de su lengua el que determine el uso de la lengua que cada uno realiza en su comunicación con cada uno, haciéndolo de manera cotidiana, diversa, dinámica e interactiva, y con el único referente previo de la pragmática real de cada lengua, la lengua que usa cada uno sin previa orden del poder político del Uno. Las políticas lingüísticas deben ser medidas que adoptan los hablantes, por medio de -ahora así- una decisión democrática, para intentar solucionar los problemas que puedan ir derivándose del uso real de la lengua, pero no para decidir -ni democrática ni totalitariamente- sobre lo que no es objeto de decisión, a saber: el uso de la lengua, que al final viene a ser la decisión acerca de la lengua que se ha de usar."

Termina la intervención, y otros dos del público se dicen:

- Entonces, ¿qué?
- ¿Qué de qué?
- Ea, pues eso, ¿que si nuestro "amigo" el nacionalista quiere imponer un código jurídico-político de la lengua?
- Pues sí, y no solo jurídico-político, sino metafísico y hasta numinoso?
- ¿Cómo dices? ¿Qué pasa, que quieren entregarnos el Código Cunnilingus y la Ley de las XII tablas de la Felatio?
-¡Anda, Anda! ¡Mira que eres irreverente e indómito! Tratándose de la Lingua Sacra Nationis no debes ser iconoclasta. Te lo vengo diciendo, y tú erre que erre. ¡Estate a lo que digan, que estos son de cuidao! Mejor es por las buenas y con mucho gusto: no ves que si no quieres hablarla, te hacen cantarla. ¿Es que no te acuerdas ya de la dictadura? Pues hay que acordarse, no te vayas a creer que no.
- Claro que sí que hay que acordarse, pero no pa doblar otra vez el espinazo.
- Bueno, bueno, yo ya te lo he dicho, así que tú verás. Pero a mí, no me vengas luego llamando a la puerta.