miércoles, 31 de octubre de 2012

Referéndum para la independencia


Esta noche pasada he leído lo que un catedrático de Derecho Constitucional concluye en uno de los artículos de El País publicados "sobre el debate catalán". El texto en cuestión dice lo siguiente: "Por eso, si en las próximas elecciones del 25 de noviembre se produjera una victoria de las fuerzas soberanistas y decidieran celebrar el referéndum de autodeterminación, me parece que lo más adecuado desde un punto de vista democrático sería seguir la vía canadiense y convocar un referéndum en Cataluña, lo que puede hacer el Gobierno (art. 92 de la Constitución), tal y como ha sugerido, desde una posición defensora de la unidad, el profesor Francesc de Carreras. Me atrevo a añadir por mi cuenta que, a pesar de alguna afirmación de la Sentencia del Tribunal Constitucional 103/2008, no creo que el principio de la indisoluble unidad de la Nación española (art. 2 de la Constitución) impida una pregunta que dijera algo así como ¿está usted de acuerdo con que se reforme la Constitución española para permitir la independencia de Cataluña? A partir de ahí, todavía se pueden aprender algunas cosas de la experiencia canadiense. Por ejemplo, en el ámbito jurídico, fijar los términos de validez del referéndum (“un voto claro de la mayoría de los quebequeses sobre una pregunta clara”)." 

Como uno quiere saber el alcance de validez de lo que escriben aquellos que saben de eso que escriben, me he puesto en contacto con un buen amigo. Este ha estudiado del Derecho Constitucional nada más que las dos asignaturas de dicha temática que se impartían en los dos primeros cursos del anterior plan de licenciatura en Derecho. Es decir, que mi amigo no es que no sepa nada, como es mi caso, pero sí casi nada, aunque obtuvo máxima calificación académica en sendas materias. Y es que uno, después de todo, tiene confianza en ese epistemológico "casi nada" del que goza mi muy cercano amigo y yo con él. Pues uno acaba sabiendo, por experiencia, que lo poco o poquísimo que separa "el casi nada" del "nada" es suficiente para, al menos, despertar la tristeza cívica en lugar de dejarte embobado ante las palabras de les savants, o sea, frente a lo que dicen quienes no lo saben todo, pero sí casi todo. 

Bien, ¿qué me dijo "el casi nada" de mi amigo? Lo que me dijo, de entrada, es que en el artículo había sensatos razonamientos, basados en la prudencia jurídico-política, para concluir la necesaria viabilidad de una convocatoria de referéndum por iniciativa del presidente del gobierno central. Ahora bien, dicho esto, mi amigo -que no sabe casi nada, repito- me confiesa, bastante perplejo, que no entiende cómo todo un señor catedrático de Derecho Constitucional puede decir que con un sola consulta, y celebrada esta exclusivamente en Cataluña, se puede reformar la Constitución en un aspecto que requiere, entre otras cosas, una consulta celebrada en la totalidad del Estado español. Se pregunta mi amigo: "¿Si se responde sí a esa pregunta del catedrático, se está diciendo a la vez que se puede reformar la constitución y que se acepta la independencia?". Porque, piensa mi amigo, que él no tendría inconveniente -aunque no sabe si a él le preguntarían, pues no reside en Cataluña- en apoyar una reforma constitucional para que se pudiera permitir la consulta sobre la independencia y, posteriormente, oponerse con un voto negativo a tal independencia, pero en respuesta a otra pregunta. Pero claro, en este caso -me comenta- ya no estaríamos ante una sola consulta, sino ante dos. Ya no se trataría de una consulta dirigida solo a los electores de Cataluña, sino de dos: la primera -sobre la reforma constitucional- iría dirigida también a los electores del resto de España, y la segunda -sobre la independencia misma- se haría solo a los electores catalanes. Mi amigo no puede evitar que le atrape la perplejidad. No entiende que la pregunta que propone el catedrático en cuestión no sea en absoluto clara y que, sin embargo, llegue a decir -después de formularla- que "a partir de ahí, todavía se pueden aprender algunas cosas de la experiencia canadiense. Por ejemplo, en el ámbito jurídico, fijar los términos de validez del referéndum (“un voto claro de la mayoría de los quebequeses sobre una pregunta clara”)." Es decir, traduciendo, un voto claro de la mayoría de los catalanes sobre una pregunta clara. Mi amigo entiende, pero no comprende, por eso se cuestiona: ¿Una pregunta? ¿Una pregunta clara? ¿Una pregunta y una pregunta clara como la oscura del catedrático?

Y yo, confiado en "el casi nada" de mi amigo, me quedo mucho más que apenado, diciéndome y diciéndole que si entre los que lo saben casi todo y los que saben casi nada existe tal relación de perplejidad, entonces qué es lo que puede suceder respecto de los que no sabemos nada. Y mi amigo, echándome su brazo derecho por encima de mis hombros, me dice: "No te preocupes, seguro que el texto del señor catedrático es más extenso, pero se lo habrán recortado en la redacción del periódico por motivos de espacio. Así que estoy seguro que todas esas dudas que te he comentado, así como otras que no te he dicho, no serían tales si se pudiese leer todo el texto". Y yo, con cara de ciudadano triste, le digo: <<Estás seguro de que eso que le han eliminado del texto al catedrático es precisamente "el casi nada" que tú sabes. No te olvides que ellos, les savants, no lo saben todo precisamente porque les falta saber, primero, lo que sabéis quienes sabéis casi nada y, segundo, les falta saber lo que sabemos quienes no sabemos nada." Mi amigo me mira y sonríe. Lo hace con pena, pero no con esa que me suele mirar cuando sabe que rabio de dolor. No, esta su pena de ahora es una congoja tanto por él como por mí y por otros como nos y como vos.

Me gustaría que después de esta treintena de años de vida en democracia, vivida tras la treintena de años de vida en dictadura, hubiésemos aprendido a ver la Constitución como una modesta guía para perplejos. Pero he aprendido, por desgracia, que tras esta treintena de años resulta que hay dirigentes, políticos y/o intelectuales, así como los vasallos de estos, que inmerecidamente creen ser un Maimónides de turno y sus discípulos. Y lo único que yo sé, aunque no sé nada, es que para ser un Maimónides o discípulo de éste, hay que tener una humilde y modesta nostalgia de la frágil verdad, de la inestable justicia, algo que poco o nada tiene que ver con esa mutua reacción enfática que tiene lugar entre Artur, Mariano, Alfredo, Pere, Joan, Alicia, Iñaki, Patxi y sus seguidores todos de todos ..., y también entre otros todos de cuyos nombres e instituciones no quiero aquí acordarme ..., pero sí digo que no son nombres verdaderos y sí son lugares de extendida y plural injusticia, por mucha verdad y justicia que prediquen o declaren. En fin, apenas va quedando la pena, pero suficiente para resistir, pues les savants de unos y otros lo saben casi todo, pero no saben lo que va quedando con la pena que a penas queda. Ciertamente, del resto, ellos nunca supieron; ahora bien, en ese crimen va también su castigo, y su posible derrota.>>