viernes, 6 de diciembre de 2013

Hábitat de niñez rural


Hay allí senderos rojizos
que se evaporan en polvo 
cuando un aire de fuego 
sopla en las bajas hoyas. 

Los cíclicos sequerales, 
por donde los críos, 
a la caza de grillos, 
hollan los caminos de tierra. 

Hay arcillosos cibantos 
malheridos en sus lomos 
con grietas de tormenta,
refugios para los lagartos. 

Ribazos y caballones 
cubiertos de yerba seca, 
donde las cabras rascan 
sus huesudos cuerpos,
dándose un gustoso alivio. 

Zanjas angostas y resecas 
sin gota de agua que llevar
hasta las vacías albercas;
y hay unas viejas higueras 
que protegen del sol 
a sudorosos botijos de barro.

Hombres y mujeres, ¡ay!, 
con sombreros de paja,
y largas horcas de madera 
sujetas a sus rudas manos
para así ablentar la parva.

Mientras las horas pasan,
una mula arrastra y arrastra
el trillo sobre la era; en las ramas
los jilgueros cantan que cantan. 

Cantando un trino mayor
cuando más ahoga la canícula,
cuanto mayor es el tronío
de la muerte traicionera…

que golpea sin gota de piedad 
la campana de una iglesia,
-cada dos, tres o cuatro días-
con su inconfundible y agudo
toque, de sonsonete mortal.

Cantando están los jilgueros
mientras la mula tira y tira
del trillo sobre la era; mientras
los críos cantan a la vida,
al oír la hora de la muerte sonar.


(tvb)