domingo, 29 de mayo de 2016

¿Atreverse a «innovar»?

El otro día, paseando por una calle peatonal, me topo de frente con un cartel publicitario en el que se prescribe (o exhorta o recomienda, etc.) a atreverse a innovar. Más tarde, indagando en Internet, me encuentro con otra imagen que me suena a signo de los tiempos, los tiempos del diseño, y este en un sentido incluso antropológico. Y hoy, leo varios artículos de prensa dedicados a la innovación educativa. 
De aquel kantiano y agitador lema ilustrado que decía «atrévete a saber» -equivalente a un ten el valor de pensar por ti mismo y de salir de tu autoculpable minoría de edad- hemos pasado a ese eslogan actual de «atrévete a innovar», y que parece aspirar a ser el novísimo imperativo categórico con la ayuda de una mercadotecnia que, en manos de cierta pedagogía, se instituye en principio de la religión no ya del progreso, sino del proceso y del proyecto. ¿Esto es todo lo que podemos cuando, tal como ocurrió hace años con la fiebre del método, los medios mutan en fines y el cambio predomina sobre la posible mejora y se transforma en lo bueno y mejor solo por ser cambio? ¿Es la innovación una respuesta adaptativa a una situación de la modernidad tardía en la que reina la fungibilidad y caducidad inmediatas de cosas y personas; o es, más bien, el resultado ciego de esa caducidad y fungibilidad? ¿Vacuidad de vacuidades? … 
Profeso total respeto y absoluta admiración por quienes recrean y transforman los recursos sabiendo lo que hacen, es decir, sabiendo lo que son los medios, instrumentos, metas, objetivos y fines de lo que se hace, comprendiendo la condición específica de los agentes que andan en juego, conociendo la condición incierta y limitada de la potencialidades, capacidades y competencias de esos agentes. Entre quienes saben lo que se hacen, cuento con personas amigas a quienes muestro mi respeto y admiración siempre que puedo; y lo hago sin adulaciones, sino agradecido por lo que me enseñan y aprendo de ellas y con ellas. Pero no puedo considerar ni eficientes ni eficaces ni racionalmente adecuados al ideal de perfectibilidad, todos esos discursos que llenan de verborrea innovacionista páginas y páginas de libros o de boletines oficiales, esos discursos sin más sentido y referencia que la banalidad del desarrollismo. 
Hace tiempo, cuando alguien presumía mucho de moverse, se le recordaba con ironía que el movimiento se muestra andando. Pues eso, a andar, pero sabiendo que a veces vamos a tientas. Así que, retomando conciencia de mi torpe andar, y para empezar, me pongo a pensar en un estupendo libro de Fréderic Gros: Andar: una filosofía. Espero que así logre ponerme en concordancia de espíritu con esas personas que saben lo que hacen cuando hablan de innovar y cuando innovan. Porque, después de todo, algo tiene que ver el echarse a andar con el atreverse a pensar, condición de una «poética» -creativa- innovación. 

(tvb)