lunes, 5 de diciembre de 2016

MANUEL RUIZ AMEZCUA. UNA POÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD.


«En la imagen dialéctica, lo que fue una época concreta es, a la vez, "lo-sido-desde-siempre". (…). La dialéctica, puesta en pie en el umbral del instante, dice las palabras con que acaba “La madre” [de B. Brecht]: “nunca” se convierte ya en “hoy mismo”.» (Walter Benjamin)

«La poesía no se impone, se expone» (Paul Celan)


La nueva revista «ZENDA» (edición y cofundación de Arturo Pérez-Reverte) dedica dos entradas a la poesía de Manuel Ruiz Amezcua, amigo y compañero, a la que ya quise rendir aquí un personal homenaje hace unas semanas. Esta revista publica un magnífico texto de Antonio Muñoz Molina sobre la obra de Ruiz Amezcua, y un excelente poema de este que va acompañado por un sustancioso comentario del propio poeta. Tres voces, pues: dos, del genial poeta; y una tercera, la de un genial escritor. Tres voces girando en torno a una palabra, la palabra de la Poesía: 

«Recuerdo dañado» y «Lo que nos persigue, lo que nos ampara»:

http://www.zendalibros.com/poema-de-manuel-ruiz-amezcua/

- «Manuel Ruiz Amezcua y la alegría de decir no»:



Manuel Ruiz Amezcua declara, en consonancia con Paul Celan, su reafirmación en una poesía que no se impone, sino que se expone. Confirma su voluntad creativa, emparentado con la temporalidad poética de Antonio Machado, de un manera concluyente y concisa: «La palabra esencial en el tiempo. Una vez más “hoy es siempre todavía”». 

La poesía de Ruiz Amezcua, me gusta leerla y releerla, pensarla y sentirla, comprenderla y vivirla -en definitiva- desde una tradición secular que va desde Walter Benjamin a Emmanuel Levinas, pasando a través de Theodor W. Adorno. Con su poesía, y hasta con su poética contraria a las poéticas, Ruiz Amezcua asume la carga responsable de retorcer dialécticamente el tiempo y también de retorcer el rostro hipocrático del ser humano, si es que acaso no son el mismo retorcimiento, es decir, la misma voluntad de reparar con la palabra (de poesía) el mundo, el ser humano y hasta lo que de Dios, si lo hubiere, pudiese ser reparado. Por esto, comprendo la poesía de Ruiz Amezcua, salvando distancias y diferencias, como una poética del «Tikún olam» hebreo, para decirlo con expresión muy cercana a esa tradición filosófica que cito. 

La obra de Ruiz Amezcua es arte poético. Como tal, es interpretable desde la concepción estética que uno abrace. En mi caso, miro con ojos y escucho con oídos dialécticos a esta poesía que es singular dialéctica. Y la miro así, y así la escucho, porque su mirar poético es el de una mirada dirigida a lo universal humano que anida en cada singular existente. La valoro en su conjunto a tenor de la concepción estética de Levinas, tal y como la expuso en un artículo publicado en 1948: «La realidad y su sombra». Por eso comprendo la poesía de Ruiz Amezcua como una palabra cuyas distintas formas poéticas van más allá de la imagen: es una palabra en verdad, la de una «po-ética» del rostro, y no una poética de la evasión. La poesía de Ruiz Amezcua convoca a la responsabilidad, su «po-ética» conmiserativa reniega de la impostura, no es una palabra inmoralmente vicaria de la víctima. Es la poesía de un testigo que da testimonio del sufrimiento que vio y que vivió, del que ve y sigue viviendo. Su poesía interpela a la responsabilidad dormida, de la que hablaba Benjamin. Y lo hace de forma magistralmente dialéctica, con una belleza trágica que abre las puertas la desesperación a la esperanza. Conocer poéticamente la existencia para buscar, sin descanso, una reparación o redención «po-ética» de las «vidas dañadas». La responsable elocuencia del dolor, de la que escribió Theodor W. Adorno.


(tvb)