domingo, 4 de diciembre de 2016

Vergüenza de descripciones, indignidad de trato a la persona.

Estudié la materia de «Lógica» en la Facultad de Filosofía de Granada. Asistí con enorme interés a las clases del profesor Juan José Acero, por quien sentía -y sigo sintiendo- una profunda admiración; una admiración de la que se ocupó con excelencia filosófica mi también admirado Aurelio Arteta. En ambos casos admiración y afecto van de la mano.

En aquellas clases, se nos enseñó a distinguir los nombres propios de las descripciones. Y entre estas, las que eran propias de las impropias. No sólo se trataba de comprender las teorías del significado y las cuestiones en estas suscitadas: referencia, sentido, extensión, comprensión, denotación, connotación, etc. La distinción y la claridad sobre las descripciones eran fundamentales para realizar correctamente los ejercicios de formalización y de deducción.

Claro, que la «Lógica» no agota las caracterización de las descripciones. En el ámbito del logos práctico -razón ética y política- cabe hablar de descripciones dignas e indignas, aceptables e inaceptables, apropiadas e inapropiadas, procedentes e improcedentes, correctas e incorrectas, decorosas o indecorosas, pertinentes o impertinentes, aceptables e inaceptables, buenas o malvadas, prudentes o imprudentes, oportunas o inoportunas, a cuento o fuera de lugar, necesarias o innecesarias, debidas o indebidas, respetuosas o irrespetuosas, inteligentes o necias, adecuadas o inadecuadas, aptas o inválidas, convenientes o inconvenientes, cabales o injustas, etc.

Para comprender esta distinción entre tipos de descripciones, desde el punto de vista ético o político, basta con mirar la fotografía de este libro: la faja publicitaria de la portada incurre en unas descripciones de la autora que caen todas bajo el segundo elemento de los pares que acabo de recoger. Sí, vergonzosas y vergonzantes esas descripciones. Este modelo de reclamo atenta contra la dignidad de la escritora. Pero también contra la dignidad de quienes no aceptan este tipo de perversos reclamos comerciales. Sin duda, hay quienes se sentirán movidos por ese modo tan degradante de utilizar la vida de una persona, pero por eso mismo, también se ha actuado contra la dignidad de estos, porque los refuerza en su degenerada consideración de los demás. [Según parece, la editorial ha solicitado a distribuidoras y librerías que se retiren las fajas de las cubiertas de todos los libros. El daño está hecho, y habrá que seguir luchando para erradicar el mal profundo que está detrás de él: 
http://www.elespanol.com/social/20161202/175232746_0.html ]

* Un intercambio de comentarios mantenido en mi página de Facebook sobre este asunto:

Antonio Vileya Pérez: «Me pregunto si Borges admiraba de ella lo que escribía o sus relaciones con esos hombre. Independientemente, la semblanza biográfica de la solapa y el prólogo, también tienen guasa. Ni muertas se libran las autoras del niguneo. Si le dan este tratamiento a las ya fallecidas, no me quiero imaginar cómo lo harán con las vivas.»

Tomás Valladolid Bueno: «Querido amigo Antonio, así es, de “ninguneo” va el grave asunto. Ninguneo por medio de la cosificación, de la reificación, de la enajenación, de la alienación, todo eso que se decía antes y que ya hemos abandonado sin sacarle todo el mollar ético y político que contienen. Es el sofisticado proceso de “desubjetivización” que vivimos desde hace años y que, cuando se trata de mujeres, se manifiesta con una singular perversidad. La misma inclusión de la admiración de Borges -entendible desde la ironía que tú refieres muy bien- es la reproducción mercantilista del viejo argumento de autoridad, otra forma de negar capacidad de juicio autónomo, es decir, de ningunear a los sujetos humanos. En fin, el no acabar. Gracias por tu reflexión. Un gran abrazo.»