Estudié
la materia de «Lógica» en la Facultad de Filosofía de Granada.
Asistí con enorme interés a las clases del profesor Juan José
Acero, por quien sentía -y sigo sintiendo- una profunda admiración;
una admiración de la que se ocupó con excelencia filosófica mi
también admirado Aurelio Arteta. En ambos casos admiración y afecto
van de la mano.
En
aquellas clases, se nos enseñó a distinguir los nombres propios de
las descripciones. Y entre estas, las que eran propias de las
impropias. No sólo se trataba de comprender las teorías del
significado y las cuestiones en estas suscitadas: referencia,
sentido, extensión, comprensión, denotación, connotación, etc. La
distinción y la claridad sobre las descripciones eran fundamentales
para realizar correctamente los ejercicios de formalización y de
deducción.
Claro,
que la «Lógica» no agota las caracterización de las
descripciones. En el ámbito del logos práctico -razón ética y
política- cabe hablar de descripciones dignas e indignas, aceptables
e inaceptables, apropiadas e inapropiadas, procedentes e
improcedentes, correctas e incorrectas, decorosas o indecorosas,
pertinentes o impertinentes, aceptables e inaceptables, buenas o
malvadas, prudentes o imprudentes, oportunas o inoportunas, a cuento
o fuera de lugar, necesarias o innecesarias, debidas o indebidas,
respetuosas o irrespetuosas, inteligentes o necias, adecuadas o
inadecuadas, aptas o inválidas, convenientes o inconvenientes,
cabales o injustas, etc.
Para
comprender esta distinción entre tipos de descripciones, desde el
punto de vista ético o político, basta con mirar la fotografía de
este libro: la faja publicitaria de la portada incurre en unas
descripciones de la autora que caen todas bajo el segundo elemento de
los pares que acabo de recoger. Sí, vergonzosas y vergonzantes esas
descripciones. Este modelo de reclamo atenta contra la dignidad de la
escritora. Pero también contra la dignidad de quienes no aceptan
este tipo de perversos reclamos comerciales. Sin duda, hay quienes se
sentirán movidos por ese modo tan degradante de utilizar la vida de
una persona, pero por eso mismo, también se ha actuado contra la
dignidad de estos, porque los refuerza en su degenerada consideración
de los demás. [Según parece, la editorial ha solicitado a
distribuidoras y librerías que se retiren las fajas de las cubiertas
de todos los libros. El daño está hecho, y habrá que seguir
luchando para erradicar el mal profundo que está detrás de él:
http://www.elespanol.com/social/20161202/175232746_0.html ]
*
Un intercambio de comentarios mantenido en mi página de Facebook
sobre este asunto:
Antonio
Vileya Pérez:
«Me
pregunto si Borges admiraba de ella lo que escribía o sus relaciones
con esos hombre. Independientemente, la semblanza biográfica de la
solapa y el prólogo, también tienen guasa. Ni muertas se libran las
autoras del niguneo. Si le dan este tratamiento a las ya fallecidas,
no me quiero imaginar cómo lo harán con las vivas.»
Tomás
Valladolid Bueno:
«Querido
amigo Antonio, así es, de “ninguneo” va el grave asunto.
Ninguneo por medio de la cosificación, de la reificación, de la
enajenación, de la alienación, todo eso que se decía antes y que
ya hemos abandonado sin sacarle todo el mollar ético y político que
contienen. Es el sofisticado proceso de “desubjetivización” que
vivimos desde hace años y que, cuando se trata de mujeres, se
manifiesta con una singular perversidad. La misma inclusión de la
admiración de Borges -entendible desde la ironía que tú refieres
muy bien- es la reproducción mercantilista del viejo argumento de
autoridad, otra forma de negar capacidad de juicio autónomo, es
decir, de ningunear a los sujetos humanos. En fin, el no acabar.
Gracias por tu reflexión. Un gran abrazo.»